El 10 de febrero de 1912, desapareció en Barcelona una niña de cinco años llamada Teresita Guitart. Ya era casi de noche cuando Ana, la madre de Teresita, se había detenido en la puerta de su domicilio a charlar con una vecina y le soltó la mano a su hija pensando que subiría sola hasta el piso. Pero no fue así. Cuando el marido vio llegar a su esposa sin Teresita, preguntó extrañado: “¿Y la nena?”. La buena mujer lanzó un grito y bajó corriendo a la calle, pero ya era demasiado tarde, no había rastro de la niña. Lo que había ocurrido era que Teresita, en lugar de subir a su casa, se alejó un poco y de repente sintió que una mano cogía la suya y que una mujer extraña le decía con acento mimoso: “Ven, bonita, ven, que tengo dulces para ti”. La pequeña se dejó llevar un trecho, pero al ver que se alejaba demasiado de donde estaba su madre, se soltó y trató de regresar. Pero la desconocida desplegó un trapo negro con el que cubrió por completo a la niña, la agarró en brazos para ahogar sus gritos de escalofrio y se perdió con su presa.
Cuando el juez ordenó el registro de la casa de Enriqueta Martí, inició la pesadilla. Los del juzgado se quedaron atónitos cuando entre aquellas habitaciones sórdidas y malolientes descubrieron un suntuoso salón amueblado con gusto exquisito. El mobiliario, las lámparas, el cortinaje, las butacas y los sofás costaban una fortuna. En un armario colgaban dos trajecitos de niño y otros dos de niña; había medias de seda y zapatitos a juego con los trajes. También fueron encontrados las pelucas rizadas y los finos trajes de confección que Enriqueta vestía en sus misteriosas salidas.
En otra habitación descubrieron un saco de lona, aparentemente lleno de ropa sucia y vieja, pero en cuyo fondo había huesos de niños. Se contaron costillas, clavículas, rótulas, que los expertos identificaron como pertenecientes a treinta niños diferentes. Todos tenían señales de haber sido expuestos al fuego, lo que, según los médicos, hacía suponer que los niños habían sido sacrificados para extraer grasa de sus cuerpos.
Tras un armario descubrieron la cabellera rubia de una niña de unos tres años, aún con el cuero cabelludo, trozos de carne y sangre seca. La macabra expedición concluyó en una habitación cuya cerradura tuvieron que forzar y en la que aparecieron medio centenar de frascos, rellenos unos de sangre coagulada, otros de grasa humana, y el resto con sustancias que fueron enviadas a un laboratorio para su análisis. Junto a las pócimas había un libro antiquísimo con tapas de pergamino, que contenía fórmulas extrañas y misteriosas. Y también un cuaderno grande lleno de recetas de curandero para toda clase de enfermedades, escritas a mano, en catalán y con letra refinada.
NOTA ACLARATORIA: Nos reservamos de publicar las fotos de sus víctimas porque pueden afectar seriamente a nuestros lectores.